Asustada, Melody aceleró el paso al tiempo que buscaba con su mirada la presencia de otras personas, pero estaba sola.
Transitando por una calle desierta sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, comenzó a correr, su angustia crecía y ella buscaba dónde refugiarse, le daba miedo mirar hacia atrás pero el sonido aterrador que escuchaba cada vez más próximo era el preludio de lo que estaba por suceder.
A punto de caer agotada por el cansancio y el estrés, observó que a veinte metros alguien le hacía señas llamándola desde la puerta de una casa, con sus últimas fuerzas dirigió sus pasos hasta allí, atravesó el umbral de la vivienda, la puerta se cerró tras de sí y un estruendo, como si de una tormenta se tratase sacudió el lugar durante varios minutos, que para Melody fueron como horas.
Con un miedo aterrador, Melody miró a su alrededor y allí, frente a ella, se encontraba la persona que la había invitado y acogido en su casa, era una señora con una mirada dulce, y eso comenzó a tranquilizarla.
- Me llamo María, dijo la señora, aquí estás a salvo, y le ofreció un vaso de agua.
- ¿Qué ha sido eso?, preguntó Melody con la voz entrecortada.
- Algo inusual, respondió la señora, una plaga de langostas.
- Menos mal que me abrió su casa y me ayudo, le dijo Melody, me ha salvado la vida.
- La vida te la has salvado tú, hija mía, por creer y caminar hacia mí.
Y es que en la vida, por muy desesperada que sea la situación en la que te encuentres, debes tener fe y confiar en que antes de desfallecer, siempre aparecerá alguien dispuesto a ayudarte, esa luz que necesitas para seguir hacia delante, ese aliento que te calmará y te mostrará una salida, por difícil que ésta pueda parecer.