Año 2050, mi camino ya está hecho, la última estación del tren de mi vida se aproxima.
Ahora, sentado en el vagón reflexiono sobre mi trayecto.
En silencio, con menos fuerzas que antaño pero con la lucidez de mi mente serena, hago balance.
Llegado a este punto, doy gracias por poderlo vivir y celebrar conscientemente, son muchos años ya sobre mi cuerpo cansado, pues octogenario soy y veo mi final más cerca.
El viaje de mi vida no fue fácil, más no me quejo, pues fue más intenso y emocionante de lo que en un principio había imaginado.
Algunos sueños de juventud se cumplieron, otros no, y lo más importante, ahora con la perspectiva de los años cumplidos no puedo estar más satisfecho de mi evolución personal, de mi fortaleza y entereza en los momentos difíciles, así como de mi disciplina y fuerza de voluntad para afrontar los retos que la vida me planteó o aquello por lo que luché.
Las estaciones de mi vida se sucedieron, algunas cargadas de alegría, otras de pesar, pero yo con firmeza, continué mi viaje expectante por todo lo que quedaba por vivir.
El tren de mi vida pronto parará, pues la última estación se aproxima y es final de trayecto. En ese andén me bajaré del tren, de mi tren, de mi vida.
Satisfecho por el viaje realizado, la luz de mis ojos se apagará y mi cuerpo físico inerte quedará, más confío en que mi luz espiritual tome el relevo e inicie con ello un nuevo caminar, sin cuerpo físico ya pero siendo energía vital.
Mi deseo para el año 2050 es que lo escrito aquí
se convierta en una profecía autocumplida.