En un mundo idílico la palabra maldad no tendría razón de ser, pero no vivimos en un mundo idílico.
A diario comprobamos que hay personas que hacen el mal, que tienen comportamientos antisociales, agresivos y que aparentemente no les importan sus semejantes, por ejemplo en los robos con violencia. Pero ¿por qué sucede esto?, ¿qué mueve a estas personas a actuar así?.
A mi modo de ver, estas personas carecen de empatía, no son capaces de ponerse en el lugar de los demás, pues para una buena convivencia nada mejor que tener presente la siguiente máxima: "No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti", o en el mismo sentido esta otra: "Ten presente que tu libertad acaba donde comienza la de los demás".
Y es que, una persona puede tener problemas graves, sean estos económicos o de otra índole, lo que sin duda puede generar en ella un estrés enorme hasta llegar a estar "cabreada con el mundo", pero esto no justifica que haga el mal a su alrededor, no significa por ejemplo que trate mal a sus vecinos comportándose incívicamente, o que robe, convirtiéndose así en una persona delincuente.
Sin duda, afortunadamente la inmensa mayoría de las personas, aún teniendo problemas graves, no actúan ni se comportan así, podemos decir que son buena gente. Del mismo modo que personas sin problemas aparentes hacen el mal e incluso pudiera parecer que disfrutan haciéndolo, insultando, saltándose las normas sociales, se creen por encima de los demás actuando de una manera déspota.
La felicidad y la maldad no se llevan bien, el que hace el mal difícilmente será feliz pues el rencor lo consumirá.
Sin embargo el que haga el bien estará en el camino de la felicidad, pues si sonríes a tu vecino éste muy probablemente te devolverá la sonrisa. Y es que una convivencia agradable genera un clima de paz y armonía.
No vivimos en un mundo idílico, por ello nuestra obligación moral no es otra que intentar mejorarlo.