Estando de vacaciones, me senté en la terraza de una cafetería en pleno paseo marítimo, frente a mí el mar, la playa y algunas palmeras.
El calor no era excesivo, lo que invitaba a pasear, por lo que el paseo marítimo estaba muy concurrido.
Yo, disfrutando de un buen café matinal desde el sitio privilegiado dónde me encontraba, comencé a observar y a reflexionar sobre todo lo que acontecía a mi alrededor.
Las tiendas y establecimientos del paseo marítimo ya estaban abiertas y en su interior el movimiento era continuo, dependientes colocando sus expositores y los clientes buscando aquello que fuese lo que necesitasen.
El paseo marítimo abarrotado de gente, caminando en todas direcciones, en muchas ocasiones esquivándose unos a otros para no chocarse.
Y yo, observando, no pude dejar de pensar en que lo que veía no dejaba de ser un "desorden ordenado", pues ante tal caos aparente, cada persona sabía bien a dónde iba, salvo algún que otro despistado sin rumbo fijo, y por un momento lo comparé con un gran hormiguero en el que el trasiego de hormigas es continuo, cada una con su tarea.
Desde el lugar donde estaba intenté realizar un ejercicio de abstracción, como si fuese un observador externo, como nos ve una gaviota desde el cielo, y en cierto modo me sorprendí al comprobar la magnitud de la plaga que somos los humanos y la cantidad de recursos que necesitamos, así como la cantidad inmensa de residuos que generamos.
Esto se aprecia bien en las grandes ciudades y en los destinos turísticos costeros en verano, donde la densidad de población es muy elevada, siendo la concentración de individuos por metro cuadrado excesiva, lo que repercute negativamente en el bienestar de los propios individuos.
Puede parecer contradictorio, pero así es, viajas para "desconectar" y la masificación social te estresa más.
Terminé mi café y mi reflexión, me levanté de la terraza y me diluí entre la multitud, formo parte de la plaga, que le voy a hacer, esta vez ha sido así, para próximos viajes procuraré elegir destinos menos masificados.