Hay momentos en la vida en los que hasta lo más básico del día, como es levantarse de la cama, cuesta horrores.
Cuando sientes que por mucho que te esfuerzas en afrontar los problemas, notas que éstos te oprimen de tal manera que pueden llegar a asfixiarte. Y tú sigues batallando cada vez con menos fuerza, y el desánimo inunda tu ser, no encuentras salida a tu situación, te quieres rendir y que todo acabe.
Tu mente te oprime al extremo de nublarte la razón y es que te encuentras al borde del precipicio, del colapso total, nada tiene sentido, la esperanza se esfumó y te sientes sólo. Y en tu soledad los demonios te acechan, te golpean y destruyen un poquito más.
Y es en ese momento cuando tomas conciencia de que vivir duele, y mucho.
Más, será por el instinto de supervivencia que tú sigues aguantando y soportando ese dolor, un día y otro día y te preguntas: "¿Hasta cuándo?". Y rezas y pides una señal que te anime a continuar hacia delante para no desfallecer, una señal que te haga creer que ese dolor que sientes va a aflojar, y que tú mejorarás y volverás a ser el que fuiste tiempo atrás, cuando la vida no te dolía, quizás porque no te había golpeado con fuerza, o quizás porque en aquel entonces tú encajabas mejor los golpes que ésta te propinaba.
¡Y es que vivir duele, más quiero vivir!
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